Renacemos cada vez que cogemos impulso para dar un salto ante el vacío de la incertidumbre cotidiana.
Un pensamiento que hace bueno el dicho de que no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista...). Cada vez que nos enfrentamos a la soledad autoimpuesta del creador, apartado de todo y todos en el instante en que comenzamos un dibujo, manchamos un lienzo o buscamos la inspiración para bajar desde no se sabe qué lugar un poco de poesía...
Y en ese mismo momento lo que nos rodea se desdibuja, se difumina y desaparece.
Hasta que la febril actividad concluye.
Hasta que abrimos la mano y de los dedos escapan lápiz, pluma o pincel.
Hasta que sentimos la necesidad de alejarnos para poder contemplar qué ha pasado.
Hasta que entrecerramos los ojos para poder ver lo que escapa a la mirada del resto.
Hasta que la musa se aleja sonriendo, agitando la cabeza hacia uno y otro lado, reprobando nuestra insistencia en acudir cada día, cada hora, a su encuentro.
Hasta que la vida acude a rescatarnos de nuestro aislamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario