lunes, 4 de junio de 2012

Salgamos a la luna...



Comienza a llegar el verano. 
Las noches se tornan cálidas y apacibles, embadurnadas por las flores de paraíso, jazmín y jacaranda.
Ecos de romances animales rebotan contra paredes y aceras, inundando las calles desiertas.
Se marcha el sol y las casas se transforman en espacios abiertos.
Salones y familias invaden las calles. Mesas y sillas inundan el barrio. Improvisados cenadores donde se comparte mesa y mantel con los vecinos, el chascarrillo y el cotilleo.
Aunque falte pan, aunque se acabe el vino.
Donde cada uno pone lo que tiene, no se exige más.
Reflejos de luna y estrellas sobre los adoquines mojados, en el fondo de las botellas y resbalando de tejado en tejado.
Y mientras tanto, el tiempo escapa al licuarse los relojes y agotarse las copas. Se desliza siguiendo la pendiente de negro asfalto y escapando sigiloso entre farolas.
La noche pasa y se desvanece la algarabía.
Ventanas entornadas saludan a la brisa.
Pasos que se refugian en portales, silencios que se imponen a las palabras.
Amanece. 
Y con el deseo de retomar los pactos y alianzas de la víspera, de vaciar bandejas, renovar votos y beber sonrisas, salgamos a la luna...

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