Todos los días siento la necesidad de hacer algo nuevo, de sentir la capacidad de crear... No importa si me ocurre por la mañana o por la noche: en mi cabeza bullen cientos de imágenes y proyectos de los que, al menos uno, consigue mantenerse ahí, esperando al momento preciso en que me pongo delante del ordenador, cojo los pinceles o abro el estuche donde dormitan mis lápices...
Por eso siempre me pregunto si las personas que se dedican profesionalmente al mundo del diseño y la imagen llegan a sentir esas mismas sensaciones o "la necesidad" se mitiga con el paso de los años, el estrés y el agotamiento de los recursos propios. Porque aportar un punto de vista novedoso, abrir camino en este panorama saturado de imágenes y lograr que la gente identifique tu propio estilo debe ser algo muy complicado - o tal vez una cuestión de suerte, según se mire.
Y no mencionaré a los artistas plásticos, porque si trabajar para otros parece algo difícil con los tiempos que corren, conciliando creatividad con las demandas del mercado, ganarse la vida con la visión particular que cada uno ofrece del mundo...
A todos ellos, creadores por cuenta ajena o propia, rindo mi mayor admiración y respeto.
Salgo corriendo hacia mi estudio, hay una hoja en blanco que me llama...
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